Estudió en la Academia de San Carlos y más tarde en la de San Lucas, de Roma; en esta última pintó algunas obras interesantes y de excelente ejecución. Su cuadro con los retratos de Los Escultores Pérez y Valero es interesante porque, si bien, está concebido a la manera clásica, introduce en él a tipos mexicanos, o sean los pensionados compatriotas que también estudiaban por entonces en Roma. Sus grandes composiciones, como Colón ante los Reyes Católicos y El Redentor y la Mujer Adúltera, anuncian ya la pintura mural que más adelante él cultivó.
A su retorno a México venía acompañado tanto del éxito como artista, como de una valiosa producción. Aquí disputó, sin triunfo, la dirección de la Academia a Pelegrín Clavé. Tras su regreso a México pintó los retratos del general Santa Anna y de su esposa doña Dolores Tosta. Este último es del mayor interés por su concepción y ejecución, pues la señora aparece de pie, ataviada de gala, con un espléndido traje, en el interior de uno de los salones del Palacio Nacional. El retrato tiene un ambiente imperial, según convenía a las pretensiones de Su Alteza Serenísima, como se llamaba al general Santa Anna, pero falso, aunque digno. La pintura tiene una dureza de dibujo, de colorido y de ejecución, más allá de los principios clásicos, pero tales calidades constituyen su originalidad y acusan la personalidad del artista.
Cordero revivió la pintura mural en la iglesia de Santa Teresa, donde pintó la cúpula, interesante obra arquitectónica de Lorenzo de la Hidalga. Esta obra provocó discusiones entre los críticos, pues mientras unos la ensalzaban, a otros les parecía, por lo menos, extraña.
Fallece en la ciudad de México en 1884.
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